Mi infancia la viví enteramente en los años 80´s. Mi papá era conductor de la Flota Rionegro, que resultó siendo una de las empresas fachada de Gonzalo Rodríguez Gacha; una compañía transportadora de usuarios pueblo a pueblo era ideal para lavar dinero del narcotráfico.
A la flota le iba muy bien y no por lo del narco, sino porque era acreedora de todo el mercado en la ruta La Palma-Bogotá por Pacho y pues sin competidor y sin reglas respecto a la cantidad de pasajeros que se podían transportar, el negocio era redondo y a mi papá, conductor de racamandaca, le iba muy bien; atendía económicamente mi casa quedando pesitos para gastarse en algún paseo, aunque sea anual, pero lo había.
Por esa misma época mi mamá era secretaria de la Cooperativa de Caficultores de Rionegro, años dorados del café, cuando el bulto internacionalmente competía con el precio del barril de petróleo, una bonanza económica que como todo tiempo de vacas gordas llegó a su fín, pero alcanzó para que en la casa tuviéramos algunos lujos, entre ellos una vajilla de porcelana de 60 piezas. Un estupendo compendio de platos hondos, soperos, de postre y pocillos blancos ivory para 10 personas y eso que nosotros solo éramos 5 contando a mi hermano que a duras penas chupaba del tetero solo. Incluía además, cuencos, fuentes y una hermosa sopera, todo finamente decorado con unas florecitas lavanda exquisitas. La inmensa vajilla permanecía en su caja inamovible y cerrada debajo del mesón de la cocina, porque era para una ocasión especial.
El tiempo pasó y la presidencia de Virgilio Barco dió paso a la de Cesar Gaviria, cuando la guerra del narco estaba en lo fino. El gobierno tomó posesión de la flota Rionegro y mi papá se quedó sin trabajo, a la par, paises que no eran cafeteros empezaron a sacarle jugo a las pepitas y se formaron como grandes productores; Brasil comenzó a producir café en planicies, el fruto lo recogían con maquinaria dejando atrás en precio y cantidad al de los campesinos colombianos que recolectaban a mano y en empinadas montañas, situación que se mantiene hasta el sol de hoy.
No había mercado para tanto café, el precio del bulto se desplomó y la federación Nacional de Cafeteros como medida desesperada, de la que se arrepentiría después, tiró al mar contenedores enteros del cargamento colombiano e incitó a los caficultores a quemar las hectáreas de cafetos recibiendo una suma mísera por el incendio.
Mi papá logró trabajo como conductor particular y mi mamá conservó el suyo sin los bonos que solía recibir, eso nos permitió bandearnos mientras otro presidente se enfundaba en la misión de arreglar el país. Andrés Patrana pronto sabría que la violencia se nos vino encima. La Palma se convirtió en el nudo entre los paras, la guerrilla y los militares de la zona de rionegro, a los muchachitos los quería agarrar cualquiera de los tres para sus filas y las muchachas si no era para cargar un fusil era para ser mosa de guerrillero.
En la primera amenaza de que la guerrilla se metía a tomar La Palma, mi mamá nos empacó para Bogotá junto con la ropa calentana, insuficiente para la sabana y lo que se pudo de la mentada vajilla. Mi abuela, Q.E.P.D, empacaba los platos entre los pantalones de mi hermano intentando embalsamar el preciado tesoro de la casa, el recuerdo de los días de gloria.
El recorrido de La Palma a Bogotá no es nada halagador a 30 años de esta historia, imagínese cómo sería entonces. Una imbricada carretera que serpentea por la cordillera oriental sin darle un respiro a una franja que no sea curva, con apenas 150 kilómetros, se recorre en 5 largas horas esquivando un sinnúmero de hoyos que deja la falta de pavimentación y la fuerza del Rio Negro que la acompaña en la mitad del trayecto.
Mucho es decir si a Bogotá en varios viajes, llegó la tercera parte de la vajilla, los pedazos de los fuentes y bandejas eran incontables, la porcelana rompe con tremenda facilidad. Mi hermano y yo a falta de pocillos de uso, nos ocupamos de estrenar en el apartamento en obra gris de la capital la vajilla que tanto se guardó para cuando nos visitara un personaje ilustre. Poco a poco lo que se pudo rescatar entre viaje y viaje se fue destruyendo por el uso.
Mi mamá nunca ha tenido una vajilla igual, pero las que tiene de mucho menos piezas y valor se usan con personajes ilustres: ella, mi papá, mi hermano y yo.
NOTA CURIOSA:
Varias presidencias después… mi esposo tiene una vajilla pequeña exactamente igual a la que tenía mi mamá... desayuno en ella.
Imagen: <a href="https://www.freepik.es/fotos/circulo">Foto de Círculo creado por mdjaff - www.freepik.es</a>
0 Comentarios